“¿Existe Islandia?”, le pregunta un chico de 12 años a su maestro particular, en el cuento que le da título a este libro. La lectura de la novela homónima de Víctor Hugo lo ha estremecido: algo muy propio halló la sensibilidad del púber en aquel recóndito mundo insular hecho de soledad y hielo. ¿Empezaba acaso a vislumbrar el sentimiento de insularidad que entraña el hecho mismo de existir, y ese descubrimiento lo separaba para siempre de la infancia?
En todas las historias que Horacio escribe —o compone, como se compone una canción o una poesía— se avizora una Islandia: el amor, la ensoñación, el arte… misteriosas geografías a las que busca remontarse el espíritu para justificar, significar o soportar la vida. 
Una especie de llama se encendió en aquel niño cuando su imaginación se lanzó a recorrer esos gélidos confines. Y algo se encenderá en cada lector al recorrer estos cuentos. Lo vivimos quienes tenemos el placer de compartir con Horacio los talleres de escritura. Sus palabras tienen la propiedad de entrar en combustión con nuestra alma. Pero no es un fuego de los que destruyen, sino de los que abrigan, los que reaniman y congregan.   

Alejandro Tloupakis