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La ambigüedad de la frontera es un libro peligroso, sobre todo para aquellos que creen saber la diferencia entre el bien y el mal. Sus personajes habitan en las profundidades, en las casas de apuestas, en las cárceles, en los campitos donde no les queda otra que agarrarse a trompadas. Se mueven entre la ternura y la perversidad, aman como pueden, a lo bruto, con la locura y la miseria agarradas a las patas de la cama. Ni siquiera los niños se escapan de cruzarse con la muerte. Y aunque viven con lo justo, y a veces con menos, tienen gestos heroicos, momentos de gloria, e intenciones nobles, pero confusas. 
Por eso hay que leerlo con cuidado. Asomarse a los ojos de los personajes obliga a vivir sus emociones fuertes, a entender por qué hacen lo que hacen, a perdonarlos. A medida que transcurren las historias se va haciendo más difícil mantener la visión propia del mundo y distinguir entre la luz y la sombra. Entrar en este mundo es arriesgarse a vagar por la ambigüedad de la frontera.


Ana Guido y Spano

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